miércoles, 5 de octubre de 2016

Interruptores

Este hombre del antifaz de noche y pijama de rayas sabe que la desesperación es pasar horas en vela, probar mil posturas, abandonar la almohada sobre la cabeza y seguir sin pegar ojo, después de dar con el codo a su esposa, que no para de roncar. Ronca con entrega. Con la perseverancia de una corredora de fondo, mientras él repasa desconsolado nombres, efectos insuficientes y secundarios de relajantes musculares, somníferos e hipnóticos. Este hombre no puede más. Está a punto de ganar medalla olímpica en insomnio. Se levanta, el antifaz caído como el pañuelo de un atracador de sueños, rodea la cama y se arrodilla junto a ella. Cara con cara, la observa fijamente. Duerme dichosa, como si la felicidad fuera un hilito de baba escapando por la comisura de sus labios. Una hemorragia de felicidad que él no puede compartir, pero sí taponar. Con la suavidad de un dedo. Estira el índice con dulzura y un fogonazo de luz la despierta.
La lengua salvada (Mikel Aboitiz)

martes, 16 de agosto de 2016

Ciudades abandonadas

El chirrido del columpio vacío
mecido por el aire sofocante de la tarde
evoca el llanto de un niño

desasosegada

sábado, 13 de agosto de 2016

A todo lo que se mueve

Comenzó la sombra a vestirse de sonidos, el crepitar de hojas, pisadas sin cuerpo definido,la oscuridad lo hacía invisible, pero al jabalí lo mató el oído.
Anabelmis

sábado, 6 de agosto de 2016

Definiciones imprecisas: Escalera

Una escalera es una construcción capaz de comunicar diferentes niveles. Las hay de mano, tijera, cuerda, caracol, imperiales e imposibles. La clásica —el alfil de las escaleras— une distancias con sus tramos diagonales aportando comodidad y descanso con rellanos y pasamanos. Una escalera suficientemente empinada y larga, recorrida hacia arriba, aporta un sentido filosófico de la vida (¿Adónde vamos?, ¿De dónde venimos?, ¿Son suficientes nuestros motivos?). En sentido descendente, la escalera anticipa una salida, una liberación o —por debajo del nivel del suelo— un pequeño viaje inconsciente (el breve aleteo de un pestañeo) a los submundos. En ausencia de fuegos, las de incendios ofrecen liberación: el ensayo lúdico ante lo peor. Las escaleras comunican mundos exteriores e interiores. Peldaño a peldaño, nos acercan a nosotros mismos, fácilmente —y cómo no—, de manera escalonada.

La lengua salvada (Mikel Aboitiz)

miércoles, 20 de julio de 2016

Resurrección

Había dormido pocas horas. A las siete de la mañana me tomé mi primer café. Estaba en un hotel rural en Asturias y el sol informaba de un día caluroso. Me duché con mucho gel y suficiente champú, de esos que suavizan el pelo rebelde.
A las ocho y cuarto estaba conduciendo en mi coche de alquiler, un todo volumen con cinco puertas de color gris. Por un instante me dormí. Cuando me desperté estaba en una zanja de hierba mullida que sin duda había salvado mi existencia. ¿Qué hubiera pasado si hubiera caído sobre cemento o sobre piedras?
Llegó la policía, me sacaron por la puerta de la copilota porque el coche estaba tumbado del lado izquierdo. Me hicieron el test de laalcoholemia, dio negativo.
-Solo me he dormido, estoy tan cansada
-Pues hoy has resucitado. Podría haber sido el sueño eterno- respondió la policía con su coleta sujeta con una goma roja.
-Si, hoy es el día de mi resurrección- y lloré convulsivamente
Beatriz Bar ón Beraud

lunes, 13 de junio de 2016

Las amistades de Mary

Una camisa con un desgarrón así no la hubiera remendado nadie, pero el que le cosió la cara a ese tal Harry debió de ser un médico con alma de sastre. «Soy Harry. Ni me has visto ni jamás volverás a verme», fue su saludo en la cuneta de una carretera olvidada. Le entregué el sobre con dos fotos de mi esposa y el dinero. Su voz aguardentosa me sosegó tanto como si el diablo me diera las buenas noches: «Todo irá bien». Abrió la puerta de mi coche y se quedó esperando a que me alejara, convirtiéndose en una figurita menguante en el retrovisor.
Una semana después, la Guardia Civil dio conmigo en Texas para informarme del accidente de Laura. Regresé para arreglar el entierro y lo del pastón del seguro de vida.
Sé que soy un malnacido y, aun así, Mary —ansiosa por verme de vuelta— me tiene en un pedestal de oro. Pasado un tiempo prudencial, nos casaremos. Ese fue nuestro trato. Al teléfono, me cita la biblia para tranquilizarme: «Love covers o ver a multitude of sins». Desconozco su religión, pero temo toparme un día con Harry, el más fiel de sus apóstoles.

La lengua savada (Mikel Aboitiz)

miércoles, 8 de junio de 2016

¿A qué huele la primavera?

El río fluía con la alegría garbosa de la primavera y me distraje con su trasiego.
De pronto tuve sensación de peligro, di un salto y conseguí no ser atropellada por una enana en bicicleta que pedaleaba a toda la velocidad que sus piernas le permitían. Detrás de ella, con cara de pánico, corría su padre gritando “qué te vas a matar, puñetera, frena de una vez”

Llevaba años soñando con aquel regalo, pero me decían que era peligroso y que era pequeña.
Se la pedí a mis padres, a mis tíos, incluso a mi abuela, que la verdad, siempre me hacía unos regalos de morondanga. Pero nada.
Espere y esperé en ese tiempo en el que un día es la vida y un mes la eternidad.
Llegó navidad y escribí con fervor mi carta a los reyes con una sola petición: una bicicleta roja. Me desperté esperanzada pero nada. Dale a las muñecas, duro a los cuentos y más dulces, pero de la bicicleta ni rastro.
Volví a armarme de paciencia y esperé al ratonc ito Pérez.
Como el primer diente no terminaba de ceder, le anime, con briosos meneos y logré que se cayera.
Al día siguiente desperté con ilusión cautelosa, pero la bici no estaba. Eso sí, en la almohada encontré cien pesetas que mi madre confiscó, prudente, por parecerle un dineral para mí.
Y tiré la toalla.
Llegué a la conclusión de que había picado demasiado alto. Mi padre no tenía coche y no parecía infeliz, así que me apliqué con afición a los patines.
Llegó la primavera y con ella el día de mi cumpleaños. Ese año deseaba más que nada en el mundo una tressy maniquí: era una muñeca pequeñita, con cuerpo de mujer y cara de ángel. Mi madre me la entregó, con fuertes besos, antes de ir al colegio. Estaba encantada con mi muñeca, no la solté de la mano en toda la mañana.
A la hora de comer llegó mi padre con su regalo: era roja, era magnífica, era la bicicleta de mis sueños. Con ella me convertí en detecti ve, en princesa de cuento y en pirata del caribe, con ella me hice mayor y me sentí libre.
Aún hoy, cuando el aire me revuelve el flequillo y pedaleo contra el viento vuelvo a ser aquella niña feliz.
Por eso algo se me alborota en el alma al ver a la recién estrenada ciclista desafiar las leyes del equilibrio, porque es la niña que yo fui y su atribulado padre está tan asustado como lo estuvo el mío.

¿Saben a que huele la primavera?
¿No? yo se lo diré: huele a nostalgia.
desasosegada

jueves, 26 de mayo de 2016

Juego de espejos

Elsuc López está en la flor de la vida. Bueno, no. Es un capullo cincuentón. Es un hombre fuerte, con sutil tonsura. Bueno, no. Es un gordo calvo. Se graduó en una prestigiosa universidad privada. Bueno, sí. Tardó 15 años en conseguirlo. Al acabar los estudios, lo llamaron de un conocido despacho de abogados. Bueno, no. Su papá era amigo de uno de los socios. Gracias a su brillante currículum, gana un sueldazo. Se compró una buena casa y un todoterreno. Bueno, no. Tuvo que firmar una hipoteca para poder pagar un pisito minúsculo y un modelo grande. Francés, no alemán. El despacho decidió reorientar su estrategia. Bueno, no. La clientela se redujo cuando lo de las tasas judiciales. La crisis acabó. Bueno, no. Llegaron nuevos abogados, casi todos en prácticas, y Elsuc los asesora con acierto. Bueno, no. En su código civil hay una postal de su ídolo Naranjito. Lo que no entiende es cómo una de las nuevas ha declinado las reiteradas invitaciones de un hombre ta n atractivo y exitoso como él. Ni una mísera copa le ha aceptado la regordeta esa, seguro que menopáusica, y perpetuamente malhumorada. Bueno, no. Es esa que gana todos los casos estrella, la de la portada del último Time.
Somnus Tuus

miércoles, 25 de mayo de 2016

El violinista en el tejado

En la oscuridad, la joven pugnaba por mantener el equilibrio, intentando resistir el empuje del viento. Desde la altura, miró hacia abajo y palideció. Cuánto se arrepentía de haberse dejado arrastrar hasta allí, según él, el lugar perfecto para oír su nueva partitura. Io ti proteggerò, le había susurrado seductoramente.
-Niccolò, carissimo...
Enfrente de ella, él se retorcía agitado al ritmo de la música. La alborotada melena cubría su rostro convulso, sus dedos crispados recorrían las cuerdas del violín. Un chasquido y otro más, estremecieron la noche. A duras penas, el frágil instrumento resistía los violentos embates del arco. Con el tercer chasquido, el cielo estalló en iridiscencias amarillas y se inundó de espirales y animales multicolores, ramos de flores y seres alados. Sin dejar de tocar, el violinista se fue transformando en un diablo rojo que lentamente se elevó flotando, alta la cabeza y muy abiertos los ojos verdes.
La mujer retrocedió aterrorizada, precipitándose al vacío desde el tejado. El diablo rojo levantó el arco. Entonces, un caballo blanco voló hacia ella, la recogió en el aire y la depositó con cuidado junto a él.
-Lo vedi, amore? Io avrò cura di te...

Somnus Tuus

martes, 24 de mayo de 2016

Oro parece

Cada uno tenemos nuestra cruz, la mía se llama Doña Ramona y es mi vecina desde hace cincuenta años.
Pues bien, llevo cuarenta y nueve años teniendo que escuchar con cualquier pretexto, que es más joven que yo. Es cierto que la llevo seis meses, pero como ambas hemos cumplido los 87, la cosa no parece significativa.
Su otra monserga favorita es contar a troche y moche que mi sobrino Mariano viene a verme solo por el interés de heredarme, le duele porque ella tiene tres hijos, dos en el extranjero y uno en las nubes, que no aparecen por aquí ni en pintura.
Yo no tuve hijos y mi sobrino Mariano es la única familia que me queda. La verdad es que no tuvimos mucha relación en el pasado, pero en los últimos años viene a verme, con su esposa y su hija, dos veces al año, puntualmente.
Pese a lo que dice mi vecina jamás han preguntado por mi situación patrimonial, ni por la herencia, ni por tema espinoso alguno.
Es verdad que la hija de Maria no me dice algunas veces que cuando vivan en esta casa piensa elegir mi habitación por ser la más luminosa y tener un espejo barroco que le hace un tipo “superguay”, yo le aseguro que refleja lo que es, una princesa. A su mujer le da por el jarrón chino, “Será muy valioso ¿verdad?” yo pongo cara de entendida y respondo: “Ya en los 60, cuanto mi difunto marido lo adquirió, era una pieza de coleccionista”. Mariano, más masculino él, está interesado en el reloj de pared del despacho, siempre comprueba la hora con el suyo y dice: “No hay como la maquinaria suiza de antaño, no se mueve ni un segundo”; yo le respondo misteriosa “tempus fugit”.
Tal vez debería haberles dicho hace tiempo que tanto la casa como el mobiliario lo tengo en usufructo, porque los perdí en el maldito bingo hace unos años, pero no me parece conveniente empañar la armonía familiar con mis problemillas.
Además todo sea que por poder chinchar a Doña Ramona au nque solo sea una vez al semestre.
desasosegada

viernes, 20 de mayo de 2016

Cosas de la vida

Su desgracia me obligo a asomarme un instante al abismo, pero en cuanto pude cerré la cortina y seguí bailando.
desasosegada

jueves, 12 de mayo de 2016

"El palomas"

Su nombre era Juan Palmas, pero desde niño fue apodado “El Palomas”.
Era un niño distraído que miraba la vida desde el fondo de unas gafotas de pasta ajustadas en la nuca con una goma.
Me encariñé con él desde el principio, Era despierto y curioso, enamorado de las corrientes de aire, de las nubes, del vuelo de los pájaros y de otras fruslerías que le granjearon entre sus compañeros la fama de “raro”. Era capaz de parar un partido de fútbol para espantar a una mariposa o pasar la tarde viendo como dos bolsas bailaban en el remolino de la esquina norte del patio.
El día de fin de curso despedí a mis alumnos que salieron entre carreras, empujones y risas, inconscientes de que al cruzar la puerta dejaban atrás su niñez.
También salió, algo rezagado, Juan. Echó una ojeada fugaz al patio y se marchó silbando. Observé como se alejaba sabiendo que le sería difícil adaptase a la vida real.
Años después vi el periódico lo cal la foto de un joven de gruesas gafas y ojos soñadores, le reconocí de inmediato, era “el palomas”. Al parecer había desaparecido y su familia cursaba orden de búsqueda.
Porque tenía mucho tiempo, porque siempre le tuve simpatía y porque me dio la gana, me involucré en una búsqueda que no me incumbía.
Pregunté por tierra, mar y aire. Pude seguir su pista hasta el edificio más alto de la ciudad. Allí, el ascensorista recordó haberle subido hasta la última planta pero no fue capaz de darme más pistas.
No encontré más rastros; no había noticia de accidente alguno, ni carta de despedida. NADA. Jamás bajó,
A falta de explicación verosímil me he inventarme la mía. Así que he adquirido la costumbre de escudriñar el cielo y observar las aves, deseando que allá por donde su alma vuele, sea, por fin, feliz.
desasosegada

martes, 26 de abril de 2016

Vocación temprana

Ya saben como son las madres, todas creen tener entre sus vástagos a un genio.
La mía era de esas. Desde el día en que logré hacer la o, sin canuto, decidió que tenía madera de escritor.
Cuando cumplí los 13, buscó una institución con fama de ser cuna de literatos y cursó la solicitud. La verdad es que no nos lo podíamos permitir, ni ella, que tendría que trabajar como una mula para pagarlo, ni yo, que no quería irme de casa.
Fui con desgana a la prueba de acceso, que consistió en una redacción sobre los motivos por los cuales quería ingresar allí.
No fue por provocar, de verdad, pero es que no logré encontrar ni uno, así que entregué la hoja en blanco.
Días después nos convocaron y allá fuimos mi madre y yo con nuestras mejores galas.
El director examinó mi folio en blanco, como si fuera el Quijote. Quise explicarle, que no había entendido el ejercicio, pero se limitó a decirnos que no era apto para ser alumno suyo y desapareció.
Yo no me atreví ni a mirar a mi madre, a la que suponía decepcionada. Ella, sorprendida, cogió el folio en blanco y lo examinó: “mamá, yo no quiero ser escritor”, balbuceé
- ¿Y que quieres ser, criatura? -dijo dulcemente.
- Torero como “el cordobés”
Sonrió resignada y volvimos al pueblo, ella a su panadería y yo a mi escuela.
Pero a las madres, siempre tienen razón y aquí me tienen firmando ejemplares de mi último best seller. Muchas gracias por su atención y si alguien desea que le dedique el libro estaré encantado.

desasosegada

sábado, 16 de abril de 2016

La deslealtad del perro.

Lo que no llegó a saber nunca aquel pobre hombre pobre, es que un día el perro, por fin habló.
Todo sucedió de repente, un jueves cualquiera, al llegar a casa, una de las habitaciones, en concreto la que habían compartido hasta que ella decidió marcharse a otra, se encontraba vacía.
Tras algunos años, tal vez todos, de diferencias de pensamiento, palabra, obra y omisión, él cargado de un impropio coraje, ya que no era precisamente una de sus cualidades, decidió marcharse.
Habían tenido constantes discusiones y la confianza, si es que algún día existió, se había evaporado por la deslealtad, el abandono, la falta de respeto y la ausencia de compromiso.
Cierto es que a ninguno de ellos les sorprendió todo aquel movimiento, tarde o temprano debía de ocurrir, solo faltaba hacerlo, cerrando así un ciclo vital tóxico y enfermizo.
Ella se llevó una cama, muchos recuerdos vividos y al perro. El resto se lo llevó él y el amor que un día se tuvieron, ese, se lo llevó el viento como a María Sarmiento cuando se fue a la vía a aliviar su cuerpo.
Un día, cuando ya había pasado algún tiempo, siguiendo el curso de uno de sus duelos, ella le llamó para saber de él, interesarse por su estado de salud, trabajo y amor, aunque de lo último no se atrevía a preguntar, aun era pronto para una respuesta que no quería, en el fondo, saber.
Hablaron como falsos amigos, cordialidad contenida, incómodos silencios y finalmente una noticia sin importancia, y es que él, había incorporado a su vida un loro, esa mascota que tanto él había deseado siempre, pero que ella, con su mente analítica y responsable, nunca había estimado oportuno tener, quitándole la idea de la cabeza con algunos argumentos, como no, de peso.
Fue gracioso saber que él, al menos había cumplido ya, uno de sus frustrados y absurdos deseos.
Cuando colgó el teléfono, se le ocurrió contárselo al perro. A fin de cuentas e ra su compañero, con el que compartía su vida, acurrucados en las oscuras y frías noches de invierno.
El animal, escuchó atentamente, moviendo sus cejas como acostumbraba cuando recibía información de interés. Emitió un pequeño gruñido de disconformidad, se revolvió sobre si mismo, dió un salto a la cama, escarbó la manta con determinación y se acomodó como una esfinge. Serio, altivo, prácticamente inmóvil.
Ella se sorprendió de su repentina reacción, no le había visto así antes. Le cogió la cara con las dos manos y le beso en la cabeza como siempre.
De repente el perro carraspeó y comenzó a hablar:
_ Atiende, el buen saber es callar, hasta ser tiempo de hablar. Ya verás la que le va a preparar el loro, es cuestión de tiempo.
Carmine

viernes, 11 de marzo de 2016

Rayo de luz

Bebió la amarga cicuta. Que era todo su dolor. Y luego apagó la luz de su horizonte.
Permaneció en tinieblas todo lo que pudo. Hasta no sentirse absolutamente nada: una mota de polvo en una cueva oscura, por donde nadie pasa.
Luchó a abrazo partido por dejar de ser él.Y tampoco quiso que quedaran huellas suyas.
Pero era un corcho insumergible. Un musgo inverosímil, que se cosía, a su pesar, a una brizna de tierra.
No quería afrontar el peligro de vivir. Pero, ¿quién era él para decidirlo?
Pensó en los demás. Que andaban arrastrando sus cadenas. Persiguiendo un rayo de luz que, al final, no duraría.
Por eso, él buscaba, antes que nadie, su propia oscuridad. Que sería la empalizada de su trinchera de la nada absoluta.
Y esta, a su pesar, se le resistía.
Un rayo de luz iluminó la estancia. ¿Quién manda en el amanecer? - se dijo en voz alta.
Tú no, le dijo el eco. ¿Eres tú acaso el candil de la vida?
Franc isco Rodríguez Tejedor

martes, 8 de marzo de 2016

Y los sueños, sueños son.

Mientras mi hermana mayor soñaba con una gran familia, la pequeña declaraba, con una seriedad cómica para su edad, que quería ser: payasa o astronauta
Lo primero lo consiguió muchas veces, seguramente más de las pretendidas, pero lo de astronauta se puso francamente difícil, una vez que quedó patente su pánico a las alturas.
10 años tenía cuando el hombre llegó a la luna y mientras nuestra abuela aseguraba que todo era una trola, ella miraba hacia el satélite con fascinación creciente.
Terminó como controladora de vuelo, que fue la profesión más cercana al cielo que pudo conseguir, sin despegar un pie del suelo.
Un día, cuando ya todas peinábamos canas, desapareció.
Buscamos por tierra, mar y aire pero sólo pudimos seguir su pista hasta el edificio España. Allí el ascensorista nos aseguró que la había elevado hasta la última planta y supuso que había descendido por la escalera.
Jamás bajó. No encontramos ningún rastro; no ha bía denuncia de accidente alguno, ni carta de despedida… nada.
Desde entonces, cuando la echo de menos, miro a la luna y tengo la certeza inexplicable de que me observa desde allí. Luego, me acuesto tranquila, a lidiar con mis propios sueños.

desasosegada

Sin ventanas

Su casa era un agujero con gélidas paredes de tumba, no olía a muerto, era como una madriguera de lagartos que hubieran renegado del sol, para curarse el olfato.

Anabelmis

viernes, 19 de febrero de 2016

Un cuento en sepia


Hubo otro tipo de inviernos, los del ayer, de pies fríos y colores sepia.
Yo era una modistilla de poca monta que llegaba a fin de mes a duras penas a base de subir bajos, volver abrigos y reconvertir prendas.
Pero todos tenemos un sueño, el mío era una radio. Bueno no, no una radio, sino aquella radio que admiraba cada tarde con la nariz pegada al escaparate.
En ella podría oír seriales, noticias, incluso… bailar. No volvería a sentirme sóla porque formaría parte de un gran club, el de los “oyentes”.
En nochebuena ya había conseguido reunir el dinero para comprarla, pero ni un real más ¡Qué difícil decisión! Podía comprarme la tan ansiada radio o el billete de autobús para ir al pueblo y pasar las navidades con los míos.
Cené sola, escuchando la programación navideña y dejando que unos gruesos lagrimones cayeran sobre los huevos fritos.
¡Eran otros tiempos!
desasosegada

viernes, 12 de febrero de 2016

Extraños en un tren

Son las 7,39, oigo rebufar el metro dentro del túnel y respiro aliviada.
Tengo seis minutos, exactamente seis, hasta la próxima parada, pero muchísimo que hacer.
Cuando el enorme gusano se asoma a Argüelles saco mis pinturas y aprovechando la luz el sol me extiendo el rimel.
En dos minutos vuelve a hundirse, entonces me coloco los pendientes y el fular y aún me queda tiempo para cepillarme el pelo.
Un vaivén algo brusco anuncia la llegada a la estación… contengo el aliento y espero.
Las puertas se abren y espero.
La gente entra en tropel y espero…
- ”Pero ¿donde demonios estás?”
Entonces te veo bajar las escaleras en tromba: “Corre por dios, corre… hoy no puedes perderlo. No puedo esperar ni un día más para decirte que las 7,45 son el momento clave de mi día, que me he acostumbrado a colocarme a tu lado y rozarte al ritmo de las curvas y no concibo hecho más erótico, que me he enamorado de un desconocido co mo una loca, como una niña, como una idiota”
Ajenas a mi angustia las puertas del tren se cierran y te dejan, corriendo aún en el anden, con los brazos abiertos, como clamando al cielo.
El metro reanuda su pesada marcha, mientras yo parpadeo con mis pestañas recién pintadas
desasosegada

martes, 2 de febrero de 2016

Espero que te gusten los insectos

Ha dejado la margarita calva de tanto deshojarla, «me llama, no me llama», y se siente nervioso como un mosquito en medio de un vendaval, confundiendo su estómago con una bolsa repleta de mariposas. Todo comenzó cuando sus amigos le confiaron entre risas: «Le llaman la mantis». Entonces, su cerebro de mosquito se hinchó hasta el tamaño de un escarabajo pelotero para albergar la posibilidad de sexo. Sin pensárselo, corrió hasta la chica alta y feúcha para darle su número y ella lo aceptó escudriñándole desde arriba, miope y burlona: «Me gustan los insectos. Te llamaré». «Cuando quieras», tartajeó él, sumiso, irremediablemente enganchado a su tela de araña. Y «cuando quieras» es ahora: el móvil comienza a vibrar como un abejorro encerrado en su mano. Descuelga triunfal, anticipando una cita con ella, viéndose ya agarrado a su talle de avispa, izándose sobre las puntillas para susurrarle cositas picantes al oído (cochinilla). Se lleva el móvil a la oreja donde su voz sensual de mantis juguetona es un insinuante aleteo de mosca: «Ya sabes, me gustan los insectos» y él adivina por qué le llaman la mantis cuando añade eufórica: «En el terrario a las siete, ¿vale?»

La lengua salvada (Mikel Aboitiz)

miércoles, 20 de enero de 2016

Las cosas claras

Dice mi madre que soy una maniática, bueno lo dice mi madre, mis alumnos, mi novio y hasta el pájaro cuando le cambio el alpiste a las 7:30, exactamente, a las 7,30 de cada mañana.
Pero yo discrepo ellos, lo que ocurre es que soy una persona a la que no le gustan los cambios.
Me encanta desayunar un café con seis galletas María. Seis, exactamente seis, porque con cuatro me quedo con hambre y con ocho empachada ¿qué le voy a hacer?
Adoro sentarme frente al monasterio abandonado y verle recortarse a la luz de la media tarde, no por la mañana con el sol en los ojos, ni a medio día al borde de la insolación, no, me gusta justo a media tarde.
Bueno, pues eso me pasa con todo.
Hoy, por ejemplo, ha sido un día azaroso para mí
He llegado a clase y los niños me han dado un ramo de flores ¡a quién se le ocurre!, como es natural me he emocionado y ya no he dado pie con bolo en toda la clase.
Luego, en el almuerzo, una compañera me h a dado, sin previo aviso, dos besos en pleno patio… un apuro terrible.
Incluso mi novio parecía dispuesto a darme el día y se ha presentado a buscarme al trabajo, cosa que no había hecho jamás y claro, yo…unos nervios.
Por suerte cuando más desconcertada estaba, ha llamado mi madre para felicitarme. En ese momento he colocado en mi cabeza la plantilla de “cumpleaños” y todo ha encajado.
El resto del día ha sido previsible y perfecto.
Pero, vamos, maniática no soy, más bien, digamos, organizada.

desasosegada

martes, 19 de enero de 2016

Ascendiendo

Voy a perderme en tu escalera. Entre los escalones de espuma de un fondo marino con burbujitas de mar. En el ascenso, hacia al cobijo de las palomas de esa azotea de guardianes de los sueños, me dejaré mecer por las imposibles esquinas de tus deseos. En el ascenso.
En el ascenso, deslizándome entre la brisa lunar, remontaré, entre irisadas burbujas, las curvas de tus desilusiones, y de mis cuitas. A horcajadas de mis dudas y de tus miedos. En en ascenso, cerrando los ojos con vendas de heridas resanadas, subiremos...sin resto ya de lamentos.
Y llegaré a lo más alto de tu edificio maltrecho, a golpes de ausencias rancias, a fuerza de pretendidos logros, y de desaprovechados ecos. En el ascenso lento de esa maroma que nos ancla a esos íntimos sueños, tomaré tu mano, para llevarte conmigo. En el ascenso.
Albada

Llegas tarde, David Bowie

Llegas tarde, David Bowie. Te esperábamos antes porque ya rebasabas los méritos para estar entre nosotros. Siempre corrieron rumores de que vendrías. Al fin llegas. Ha sido una larga espera. Lou, impaciente, ha vaciado cargamentos de botellas de ron, buscando en sus entranas, cuándo llegarías. La sonrisa de Freddy se ha ensanchado al cumplir su promesa afeitándose el bigote: «Cuando llegue, me afeito. Yeah!». Después de mucho buscar hueco, Amy podrá enseñarte su tatuaje nuevo: un camaleón con ojos de diferentes colores. Vamos, que aquí estamos la mar de alegres, encendiendo las velas de la tarta de recibimiento, la tarta de los «no más cumpleaños». Lástima que ellos se queden tan tristes, ahí, llorándote. Al fin y al cabo, tienen tus vinilos. Nosotros por fin celebraremos tu venida. Ellos, que pinchen la espiral infinita de tus discos. En sus estrechos surcos no cabe la muerte.
La lengua salvada (Mikel Aboitiz)

sábado, 16 de enero de 2016

Inviernos de quita y pon

Lo que es la vida, y esas islas donde naufragar que apuntaba Francisco Rodríguez Tejedor en un post. A esa isla, Relatarium, he venido a abrevar mi sed de un invierno que llevarme a la boca en este presente invierno. A cuento de un concurso cuya única temàtica ha de ser esta estación.
Recordé, con cierta nostàlgia, encadenados hechos aquí o allà, y esa brizna de cosquillas inundó de nuevo los rescoldos de mi corazón.
No quiero que la vida me pille sin una isla donde naufragar o donde descansar de oleajes, así que, enviando un fuerte abrazo a todos, a Marga, Luis y Daniel como promotores y “currantes”, y a todos los amantes de esas hileras de palabras que desembocan en estas coordenadas, tomo el texto que busqué:
El largo invierno había excedido el punto de congelación. Su corazón derrotado necesitaba un tiempo para el deshielo. El ritmo lo marcarían las coordenadas de la naturaleza, los latidos de otras sonrisas, la cadencia de nuevos abr azos, y el despegar de otros besos alados.

Se durmió ante la chimenea a esperar que el dolor y las nieves dejasen paso a la tibia certeza de otras primaveras por abrir.
Besos

Albada

martes, 5 de enero de 2016

Romance fugaz.

Me jode no poder verte más que una vez en mi vida y que dure solamente un cruce de miradas.
Aún podría verte por última vez si me giro, pero sería únicamente para ver como te alejas.
Vecu