viernes, 10 de octubre de 2014

El tiempo circular.

Ha llegado la época del tiempo circular. Aquel que ni empieza ni se acaba. Donde el comienzo y el final se dan la espalda y en medio solo hay un instante mil veces repetido.

Ella lo ve cómo se quita la ropa, la dobla con esmero y la cuelga de las perchas. Ya ni sabe desde cuando aceptó ese cuerpo decadente. Debió ser cuando asumió que no cambiaría los muebles, ni las cortinas, ni haría reformas. Y que solo saldría de aquella casa para ir al cementerio.

Tal vez su marido es un mueble más. Tampoco lo cambiaría por nada. Forma parte del paisaje vital de cartón piedra. De la foto fija en que se ha congelado su existencia cuando empezó el tiempo circular.

De vez en cuando él se aproxima en la oscuridad y le sube el camisón. A ella en esos momentos le gustaría mirar por la ventana para ver cómo se mecen las ramas de los árboles. Pero tiene echadas las cortinas. Sabe que no las va a cambiar. No va a cambiar nada. Y se duerme soña ndo el mismo sueño de todas las noches, que al despertar nunca recuerda.

Francisco Rodríguez Tejedor

miércoles, 8 de octubre de 2014

Haka

La explosión de Sodoma se escuchó en Gomorra con inusitada claridad. Una total confusión se apoderó de la ciudad, a lo que se sumó un bramido ensordecedor proveniente del Asfaltites. Una gigantesca ola, generada por la onda expansiva, recorría el lago mientras los aterrorizados gomorritas contemplaban estupefactos a Lot y a sus hijas, cabalgando la ola sin mirar atrás.

La orilla frenó al monstruoso tsunami, que se precipitó sobre Gomorra aplastando la urbe, que fue engullida por la boca de un túnel oculto en el subsuelo, y arrastrada al interior de un corredor que atravesaba la Tierra y conducía al mar. Tras unos días a la deriva, Gomorra se ancló en el confín de un, al parecer, pacífico océano.

Las previsoras hijas de Lot se plantearon entonces el crucial tema de la perpetuación, sintiéndose muy decepcionadas al comprobar que los gomorritas insistían en la práctica de una modalidad de cortejo en la que superaban a los extintos sodomitas. Forzada s a recurrir a su viril papá, propiciaron su inexcusable colaboración con la ayuda de los prestigiosos caldos polinesios. Nueve meses después, el primer moabita, antepasado de los actuales maoríes, nacía en la recién bautizada isla Rapa.



Somnus Tuus

martes, 7 de octubre de 2014

Reto marinero

El lobo de mar amusgaba los ojos por entre el humo de su pipa. Estaba a sus cosas, por eso no me veía. Llevaba la barba bien recortada, cana, como los cabellos que le sobresalían de la gorra de capitán, mordida por el salitre. Seguramente habría navegado por los mares de China. Su mirada, clavada en algún horizonte imaginario, reflejaba una expresión ausente, de desinterés por lo mundano. Era un tipo duro, alto, corpulento, que sabía mirar hacia adelante con valentía, enfrentando las embestidas de las olas y las de la vida, que son las que dejan cicatrices por dentro. Me acerqué a él con precaución. Tuve que ponerme de puntillas para mirarle a los ojos fijamente. Pero como los tipos duros, no se inmutó. Ni pestañeó. Qué peligros no habría sorteado ya el rudo marinero. Me acerqué tanto a él que nuestros alientos se abrazaron. Sus músculos permanecían en tensión por debajo de la chaqueta. Parecía dispuesto a atacar en cualquier momento. Me retaba. Tuve la precaución de girarme por si acaso: cuando uno arriesga es bueno cuidarse las espaldas. Acto seguido, lo escondí en el puño y lo solté en el fondo del bolso antes de salir veloz de la tienda de souvenires.



La lengua salvada (Mikel Aboitiz)