Ha llegado la época del tiempo circular. Aquel que ni empieza ni se acaba. Donde el comienzo y el final se dan la espalda y en medio solo hay un instante mil veces repetido.
Ella lo ve cómo se quita la ropa, la dobla con esmero y la cuelga de las perchas. Ya ni sabe desde cuando aceptó ese cuerpo decadente. Debió ser cuando asumió que no cambiaría los muebles, ni las cortinas, ni haría reformas. Y que solo saldría de aquella casa para ir al cementerio.
Tal vez su marido es un mueble más. Tampoco lo cambiaría por nada. Forma parte del paisaje vital de cartón piedra. De la foto fija en que se ha congelado su existencia cuando empezó el tiempo circular.
De vez en cuando él se aproxima en la oscuridad y le sube el camisón. A ella en esos momentos le gustaría mirar por la ventana para ver cómo se mecen las ramas de los árboles. Pero tiene echadas las cortinas. Sabe que no las va a cambiar. No va a cambiar nada. Y se duerme soña ndo el mismo sueño de todas las noches, que al despertar nunca recuerda.
Francisco Rodríguez Tejedor
Ella lo ve cómo se quita la ropa, la dobla con esmero y la cuelga de las perchas. Ya ni sabe desde cuando aceptó ese cuerpo decadente. Debió ser cuando asumió que no cambiaría los muebles, ni las cortinas, ni haría reformas. Y que solo saldría de aquella casa para ir al cementerio.
Tal vez su marido es un mueble más. Tampoco lo cambiaría por nada. Forma parte del paisaje vital de cartón piedra. De la foto fija en que se ha congelado su existencia cuando empezó el tiempo circular.
De vez en cuando él se aproxima en la oscuridad y le sube el camisón. A ella en esos momentos le gustaría mirar por la ventana para ver cómo se mecen las ramas de los árboles. Pero tiene echadas las cortinas. Sabe que no las va a cambiar. No va a cambiar nada. Y se duerme soña ndo el mismo sueño de todas las noches, que al despertar nunca recuerda.
Francisco Rodríguez Tejedor