Salí del baño sin tirar de la cadena, ignorando el ojo parpadeante de la lavadora lista. Iba camino del microondas donde un pan descongelado se mareaba en vano. La cafetera italiana hervía café cumplimentando bajo el fuego un destino de bomba casera inminente. Entonces sonaron timbre y despertador; dos tostadas saltaron como trapecistas escapando un segundo de su celda doble de brasas y en el móvil se disparó la marcha Radetzky. Me llevé las manos a la cabeza y ordené prioridades: lo primero fue abrir la puerta. Lo segundo, ganar la calle ante la mirada atónita del cartero y el escándalo del vecindario por mi desnudez.
La lengua salvada (Mikel Aboitiz)
La lengua salvada (Mikel Aboitiz)