sábado, 29 de marzo de 2014

Calle

El dependiente de la frutería sale de ésta para fumar un cigarrillo.

La mujer de la tienda de fotografía, recibiendo una media de dos o tres clientes al día, se aburre enfrente del ordenador jugando al Solitario.

La peluquera espera a que llegue su cita de las diez y media. Mientras tanto, ordena y limpia estanterías.

Los camareros de los bares del final de la calle permanecen de pie comentando el partido de fútbol de la noche anterior.

El vecino del tercer piso de la puerta veinticuatro se asoma a su ventana con un pantalón corto y tira la ceniza de su cigarrillo por la ventana.

En la puerta número veintiséis tres adolescentes fuman, hablan y ríen mientras el tiempo pasa.

Al lado de la frutería, un señor pasea con su perro esperando con bolsita en mano a que éste evacue.

El chico del primer piso del número veintidós pasa por la calle como una exhalación; viene de correr y va andando muy rápido.

En la puerta de la papel ería hay mucho trasiego: gente entrando a comprar el periódico, gente jugando su boleto de la lotería, gente comprando revistas.

Me asomo a la ventana en pijama y contemplo el vecindario.

Mi madre me avisa de que la comida est

http://ift.tt/1k4tKEr

jueves, 27 de marzo de 2014

La pasión de Inés

Abandonada e inerte, con la bata entreabierta mostrando su cuerpo desnudo, Inés yace sobre el sofá sin signos perceptibles de vida. Pero es pura apariencia. En realidad permanece alerta, con la respiración contenida. A su lado, rodilla en tierra, Juan la contempla extasiado y absorto.

Juan, el maduro y enigmático vecino que despertó en ella una pasión desmedida, sin límites ni esperanza. Que opuso siempre a sus avances e insinuaciones una cortés e inexpugnable indiferencia. Juan, que nunca sospechó la tenacidad que puede alcanzar una pasión verdadera. Una pasión capaz de velar día y noche, de indagar, de fatigar legajos y archivos. De llegar a descubrir una antigua condena por el delito de necrofilia.

Una pasión capaz de empujarla a tomar el teléfono y exclamar: “¡Juan, venga rápido a mi apartamento, he tomado varios tubos de pastillas, me estoy muriendo!”.

Juan, cuyas manos temblorosas vencen vacilaciones y avanzan.



El Manco de l Espanto

miércoles, 26 de marzo de 2014

INSOMNIO

Repta por mi cuerpo

resbaladiza serpiente sin carne.

Se burla de mí, se ríe de mí,

de mi eterno despertar, de mi lento fin.

Turbia noche sin estrellas,

sangre llena de cianuro,

esperanza azul sin consuelo,

sin retorno.



Concha García Ros

PASÓ UN ÁNGEL

Tendría cinco años cuando la vistieron de angelito. ¿El motivo? Una procesión del Corpus. Acompañaba a su hermana vestida con el traje de Comunión.

Le horrorizó sentirse atrapada entre todas aquellas personas que seguían un camino unívoco, con el cuello estirado como jirafas Lamarckianas. Le angustió sentirse amenazada por aquellos gigantescos pasos tan cerca de sus minúsculos pies.

Las flores de su cesta se mimetizaron con su rictus de contrariedad y se marchitaron un poco más con cada paso de los eufóricos procesionantes.

Aferrada a la mano de su padre, caminaba con una seriedad y una tristeza impensables para su edad Por eso él se mostraba feliz y orgulloso y no reparó en su sufrimiento.

Su vestido de raso azul cielo ribeteado en el cuello y las mangas con una tira dorada. Sus sandalias blancas que dejaban ver los dedos rojos y doloridos al descubierto. Sus alas asimétricas, casi descolgadas por el peso del calor y de la turba. Su pelo, claro y finísimo, sudoroso y enredado, cayendo sobre sus hombros.

¡Es un ángel precioso! dijeron en varias ocasiones.

Ella les dedicó, más que una sonrisa, una mueca y sin saber con su corta edad lo que era, le hubiese gustado empuñar un tridente

Mercedes Marín del Valle

lunes, 24 de marzo de 2014

Me llamo Mirsad

Me llamo Mirsad y tengo quince años. Mi familia y yo hemos pasado hambre, sed y agotamiento. Sobre todo hemos pasado miedo por los cañonazos contra nuestra ciudad y nuestra gente. Nadie estaba seguro en este lugar declarado zona segura. Me reía de eso con mis hermanos bajo el ruido de las bombas, ante la extrañeza de mis padres, que se escandalizaban de nuestra inconsciencia.

Pero ahora nada malo nos puede pasar. Los soldados han entrado en nuestro campamento de refugiados y no nos han hecho daño. El general que los manda se llama Ratko Mladic y se ve que es un buen hombre. Ha repartido caramelos entre los niños y hasta ha acariciado la cara de mi hermano Adnan. Los hemos visto hablar con las fuerzas de la ONU que nos protegen y nos han asegurado que podemos estar tranquilos.

Ahora estoy en un camión. Han separado a los hombres de las mujeres y los niños para, según dicen, organizar mejor la evacuación. Yo he conseguido encaramarme aquí, con mi padr e y mi hermano mayor. Mi madre y Adnan nos despiden agitando las manos.

Nos acompañan soldados con metralletas. El camión entra en el bosque. Atrás queda Srebrenica.



El Manco del Espanto