viernes, 28 de febrero de 2014

Perfecciones

Un perfecto cruce, de los de antaño, para unas piernas perfectas. Sentada ante mí se me antojaba una aspirante a diosa. La miraba y como cuentas de un rosario comencé a deshojar, en silencio, una a una sus cualidades y virtudes:Unos ojos negros de Guinea, un perfil de virgen tallada al atardecer, unas manos inquietantes y golosas;...sus besos regando mi piel de ardiente saliva, su violenta dulzura haciendo el amor mientras gime con voz de humo limpio...su amor por todo aquello que a los demás nos pasa desapercibido...una inteligencia pacífica y receptiva...una sensible fortaleza en sus percepciones...su esperanza en mi futuro...la llave de mi alegría.....................

Cuando acabé de desbrozar la selva de su alma y de leer el atractivo catálogo de su cuerpo, advertí que, bajo todas esas capas de perfecciones, yacía una mujer normal y corriente...así que rompí con ella.

country49

Al prepucio (con perdón)

Humilde envoltorio del placer sublime

gamuza suave que pule y encera

guarida en la que hasta que el amor culmine

y un gozoso rayo de luz lo ilumine

mi callado cómplice sueña y espera.



Anónimo (con razón)

miércoles, 26 de febrero de 2014

Baile de máscaras

No me gusta el carnaval.

Lo digo así, abiertamente y sin tapujos, esos burdos bailes de máscaras donde te codeas con diablos de látex y princesas de plastilina, no son para mi.

A mi me van las fiestas serias.

Me encanta arreglarme cuidadosamente para ver rabiar de envidia a mis amigas mientras con sonrisa rígida dicen: “no pasan los años por ti”, entonces aprovecho para mirar de mi reojo a mi cirujano plástico y hacerle un guiño de complicidad.

Me gusta regodearme por la sala del brazo de mi marido y oir los murmullos “qué pareja tan hermosa hacen” total a quien le importa saber que es un pusilánime y que le aborrezco.

También es agradable el reencuentro con los “viejos amigos”: ¡Que alegría verte! (viejo buitre, deja de mirarme que sé de sobra que sólo deseas volver a mi cama), ¡Estás divina! (¡Madre mía que arrugas! Ya podías operarte, que da asco verte), ¡Que cochazo! (será prestado porque estos no tienen ni par a el metro)

En fin, me gustan las fiestas de verdad, esas en las que sabes quien es todo el mundo y sobre todo quien quiere aparentar ser.



desasosegada

lunes, 24 de febrero de 2014

El amigo.

Tengo uno nuevo, no me había dado cuenta de que existía, lo incorporé a mi vida al parecer hace mucho, pero no le había prestado ninguna atención, hasta hace bien poco, cuando casi me lo llevo conmigo a trabajar.

Últimamente, es cierto que comíamos y cenábamos juntos, hasta al retrete me acompaña, incluso hemos estado a punto de acostarnos juntos, pero como que todo quedaba en casa, era nuestro secreto.

El pasado Martes entré en casa a toda mecha como es habitual en mi semana "corta ", puse a cocer dos huevos, envolví en film transparente cinco patatas y las puse a asar en el microondas, previamente lavadas en el grifo, a todo correr, paseé al perro, regresé , me eché al hombro a mi amigo y puse a enfriar lo huevos en agua fría, pelé las patatas, las partí, pelé los huevos, los partí, y añadí un par de latas de atún, lo aliñé, removí, tomé dos cucharadas y ya era el momento de salir por la puerta.

A todo correr también, me puse el abrigo tapando a mi amigo con él, salí despavorida hacia el ascensor y cuando bajaba, una punta de mi amigo sobresalía entre la bufanda y el abrigo, le vi en el espejo. El susto fue de muerte. No imaginaba como podía haber llegado al trabajo, despojarme del abrigo y darme cuenta que me había traído el paño de la cocina en el hombro.

Por ahí no paso, le dije, por lo que se ha enfadado conmigo y no se si habrá reconciliación, está muy dolido.



Carmine

La puerta verde.

Estuve observando desde afuera la pequeña puerta de entrada a la tienda. Era de madera, pintada de verde y lucía decapada por los años trascurridos de entradas y salidas; sin duda le vendría muy bien una o dos manos de lija y una nueva capa de pintura, del mismo color, no lo cambiaría, ese verde agua resaltaba en la fachada de ladrillo visto, invitando a traspasarla aunque solo fuera para ver que se cocía adentro.

Después de haber llegado hasta allí y después de haber disimulado por la acera, que si simulando una llamada con el teléfono, que si miré a ver qué hora es, así a lo tonto, para que “se creyeran” que estaba esperando a alguien, luego me toqué la oreja, cogí el lóbulo con la punta de los dedos índice y pulgar y tiré hacia abajo, sin ningún fin en concreto, pero ese gesto, no me digáis cómo, me llevó a cruzar la calle en dirección a la puerta y empujarla para entrar, estaba entornada.

Al abrir escuché un tintineo sobre mi cabez a, procedente de un colgador, de esos con pequeños objetos colgantes, que emiten un agradable sonido avisador , de que alguien ha traspasado el umbral, avancé en mi curiosidad y una vez dentro, me fascinó lo que mis ojos allí vieron.

De las paredes, colgaba el tiempo en oferta. Dos horas de risa por una hora con diez de sueño, había horas de compañía, horas de la verdad, horas de soledad y retales de tiempo perdido que se regalaban, al parecer, con cada hora de esfuerzo.

Aquella vieja bruja tenía razón cuando me dijo, ­­_lo que allí encontrarás, es la clave de la vida y es algo que no puede solucionar el dinero, pues sin ello no hay nada, no existimos, ya hemos muerto.



Carmine

domingo, 23 de febrero de 2014

Mortaja

Le gustaba cuando se pintaba los labios de rojo, por eso, cuando la encontró gélida sobre el suelo del baño, le perfiló con carmín el fino trazado de su boca, aquella que tanta vida había exultado con cada sonrisa y en la que ya asomaba el mudo y cortante morado de ultratumba. La llevó hasta el dormitorio y la tendió sobre la cama. Se quedó contemplando su cuerpo desnudo, aquel que tanto había gozado; nadie la vería así. Recordó lo guapa que estaba con el vestido de flores, aquel que hacía apenas dos noches se puso para salir a celebrar que era un día cualquiera. Lo buscó en el armario y cubrió su desnudez con el mismo mimo y amor con los que la desvestía en sus juegos de seducción, para excitarla y excitarse con cada prenda que se iba deslizando, describiendo a la par la trayectoria que seguirían sus besos. Sus pies, tenía que calzar sus pequeños pies, de graciosos dedos, esos que tan alegre lucía en verano con sus sandalias favoritas, con las uñas pi ntadas de coloridos esmaltes. Su pelo, su bonito pelo negro, húmedo y enmarañado, tenía que secárselo, peinárselo, acariciárselo suave antes del final. Solo entonces dejó que los demás vieran y lloraran la pérdida de tanta hermosura.

Morticia