Desde niño tenía un temor irracional a las corridas de toros, pero aquel día, como un ejercicio de autosuperación, decidió vencerlo. Sintió un sudor frío al sentarse en el tendido. El primer toro se plantó frente a él y le clavó la mirada como si le estuviese esperando. Al empezar los capotazos le sobrevino un intenso mareo. Después sintió en carne propia el aguijón del picador y las banderillas hasta que se desmayó. Cuando se despertó notó que le arrastraban por la arena. Se dio cuenta de que sólo le quedaba un hilo de vida y quiso gritar, pero emitió un apagado mugido que sólo él mismo alcanzó a escuchar. Lanzó una última mirada y se vio a sí mismo en el tendido, aplaudiendo y agitando un pañuelo blanco. El matador se acercó con un cuchillo y le agarró la oreja. En ese momento se hizo el silencio.
El Manco del Espanto