jueves, 18 de abril de 2013

UN 901 (UN MUERTO)

El día se le hizo eterno, si bien los minutos terminaron de desatar las últimas sombras de aquella infortunada jornada. La situación está tan difícil que ni la gente se quiere morir, renegó. Se levantó absorto por el dolor en los pies a causa del sobrepeso notable. Ni modo de solicitar un anticipo porque la vieja propietaria de la funeraria se llevó hasta el último peso. Suena el teléfono. Una voz apresurada le solicita que concurra lo más rápido posible a la Clínica del Sur. Como pudo llegó a la morgue, donde por más que insistió, le respondieron que no había ningún cadáver. Algo le decía que tendría que eternizarse allí por culpa de los complicados trámites. Así que decidió sentarse y esperar junto a otras personas en la fría sala de espera. Una nueva indicación se produjo en su teléfono. Todo estaba aclarado y podría irse a casa. Pero por la voz que le habló, adquirió una máxima palidez, hasta helar su sangre. Esa siniestra llamada a su celular fue el santo y seña para un desconocido que, surgiendo con furor demoniaco desde las sombras, le disparó. El cadáver que debían recoger era el suyo.

Guillermo Arnul Castillo Ruiz

Gimnasta

Se besó el trasero y al hacerlo sintió un éxtasis, una embriaguez de plenitud. Sus labios encontraron el punto justo de turgencia y morbidez que había imaginado tantas veces. Los largos meses de constancia, de esfuerzo sostenido y doloroso, daban por fin su fruto. Aquella era la primera vez y habría muchas más. Ladeó la cara hacia el espejo y admiró su cuerpo desnudo de gimnasta, ahora en una posición inverosímil y antiestética, pero aun así de una hermosura fulgurante. Paseó la lengua por los poros levemente erizados con la dedicación y el deleite de una gata entregada a su aseo. Ante ella se abría un futuro de amor, de sensualidad y ternura ilimitadas. En el mismo umbral de la felicidad oyó un chasquido inoportuno, seguido inmediatamente por un dolor inhumano y desgarrador que abrió la puerta del infierno, hasta que un caritativo desmayo la fundió en negro. Ahora, en la cama del hospital, nadie se explica la sonrisa beatífica. Nunca se ha visto, comentan por los pasillos, que un desafortunado accidente laboral deje a alguien con ese semblante satisfecho y soñador.

El Manco del Espanto