Aquella urgencia me obligó salir en plena noche, para más inri, se trataba de un caserón tan alejado y destartalado que a la luz de la luna se me antojó espectral.
La puerta estaba abierta y un anciano yacía en su lecho pálido y sudoroso; aparentemente no había nadie más en la casa.
Le ausculté y viendo su estado, llamé a la ambulancia. Debí marcharme entonces, pero no tuve corazón para dejarle solo, así que me senté a su lado.
El enorme cuadro de la cabecera llamó mi atención; un joven y atractivo soldado me contemplaba sonriente. Era él, no cabía duda, solo que 40 años más joven, 40 lustros más fuerte, 40 siglos más bello.
“En que extraños monstruos nos convierte el tiempo” pensaba agobiada cuando oí que intentaba hablar, acerqué mi oido a su cara y susurró: “donde estás tú estuve yo, donde yo estoy estarás tú”
El pánico me invadió y salí de la casa dando un portazo, al día siguiente me contaron que había fallecido y su sentencia resonó aún más clara “donde tu estás…”
desasosegada