Una sirena resquebraja la noche portuaria, mientras, los viajeros se acomodan.
El barco, cual torre de babel
tendida sobre las aguas, parte hacia oriente; tres mil personas agitan sus pañuelos despidiéndose de su vida
cotidiana.
Acunados por el vaivén del mar;
nobles y villanos, prohombres y gusanos comparten destino mientras mueven
patosos las caderas en clase de bailes caribeños. El sol les uniforma con un
elegante color dorado que todos lucirán, cual medalla, a su vuelta.
En cada puerto, el barco vomita
su preciosa carga volviendo a engullirlos al caer la tarde.
El periplo concluye en mismo lugar en que empezó y entre prisas y sonrisas se produce la diáspora.
Cuando la sirena del barco vuelva
a resquebrajar la noche y parta con otra
remesa humana, nuestros amigos, ataviados con corbatas, buzos, delantales o
uniformes, regresaran a su vida, conscientes de que llegó el final, por una
semana se olvidó que “cada uno es cada cual”.
desasosegada
desasosegada
Menos mal, por un momento creí que era el Titanic, pero acaba con un pacífico regusto a Serrat. Amig@ narrador/a anónim@, se te nota el síndrome posvacacional. Y el relato te ha quedado bien. Un saludo.
ResponderEliminarEl Manco.
No creas que es muy anónimo, manco, simplemente se me ha olvidado firmar.
ResponderEliminarEn lo del síndrome posvacacional, es un síndrome pegado por los que ya las han disfrutado porque yo aún no me he ido, octubre será mi momento.
Un beso y gracias por leerme y comentar.