viernes, 31 de mayo de 2013

666

Atardecía un día más alrededor de la mesa exagonal, el sexto día de junio (mes en que nací, que no el día). Una hermosa dama se prestaba (no muy cómoda) a nuestros designios, ésta vez, yo era el agasajado. Siempre les dije que ésta forma de celebración no me entusiasmaba mucho, prefiero la carne joven, ni infantil ni madura, joven. Frente a mí, la dama a punto de parir un vástago que para nadie seria, bueno, para mí sí. Todos me observaban mascullando -los muy cabrones- otra vez pondrá mala cara. Me levanté cuchillo en mano, miré aquella hermosa eternidad reflejada en sus ojos, y desde sus areolas tracé una cruz invertida, siempre fui delicado en éstos menesteres, y para cuando quiso enterarse, un grito de la infecunda vida llamó a mi boca destellando una dentellada que hasta la propia madre me lo agradeció. Lo que más me jode, es que saben a pescado, y odio el pescado, a no ser que sea agasajado por una deseosa madre presta al degüello sexual (final fe liz).

Ramón María

3 comentarios:

  1. Coño, Ramón María, con lo poético que habías arrancado con aquello de la araña y el ave. No te sospechaba yo esta vena macabra. Realmente impactante.

    El Manco.

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    1. Tanta dulzura me estaba matando, que leches, me he quitado la careta y soy malo malote. jajaja. Gracias El Manco, de vez en cuando hay que desperezar al lado oscuro.

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