Miró el armario y los cajones con tu ropa. Acarició tu pluma y tus apegos.
Sintió la suavidad de tus manos y ese halo de ébano cerrando sus ojos...
-"Adivina quién soy".
Albada
El solitario que elegiste había sobrevivido a las tardes de lluvia, guardado en esa cajita adamascada donde exilió la cadencia de tus pasos por el pasillo y el arrullo de tus brazos. Al calzárselo en su dedo, te vio en un haz de luz huido de aquel brillante de talla imperfecta, como el tiempo verbal que lograsteis conjugar.
Sintió la suavidad de tus manos y ese halo de ébano cerrando sus ojos...
-"Adivina quién soy".
Albada