La mujer, asfixiada bajo la basta tela, se paró frente la estación de policía para recuperar el resuello. Su hijo se paró a su lado. La mujer vio el pequeño ventanuco del calabozo. Dos barrotes lo cruzaban. El prisionero tenía cuatro porciones de dos palmos cuadrados de cielo azul para mirar. Se le escapó un gemido.
-¿Te da pena el preso, mamá?
Miró al niño a través de los cientos de minúsculos cuadritos del burka.
-Sí, hijo, mucha.
No se atrevió a decirle que no era pena. Era... envidia. Hank66
-¿Te da pena el preso, mamá?
Miró al niño a través de los cientos de minúsculos cuadritos del burka.
-Sí, hijo, mucha.
No se atrevió a decirle que no era pena. Era... envidia. Hank66